Buenas prácticas en el manejo de líquidos

diciembre 21, 2020

Por: Universidad del Cauca

Los líquidos endovenosos son una de las terapias más utilizadas en la práctica clínica diaria en los niños hospitalizados, pero a su vez una práctica muy heterogénea. Existe gran cantidad de evidencias que respaldan el buen uso de los líquidos como una medida que salva vidas. Sin embargo, esta terapia no se encuentra exenta de riesgos, los cuales son de vital importancia en los niños, debido a su alta proporción corporal de agua, lo que los hace muy susceptibles a alteraciones hidroelectrolíticas, sobre todo en el contexto de una enfermedad aguda.

Adicionalmente, los líquidos endovenosos siguen principios farmacocinéticos y farmacodinámicos, y por lo tanto, deben ser prescritos con igual cuidado que otros medicamentos, teniendo en cuenta sus indicaciones y contraindicaciones, y vigilando su dosis/respuesta así como sus posibles efectos secundarios. Uno de los principales riesgos es la sobrecarga hídrica, que tiene efectos multisistémicos e incrementa la morbimortalidad de nuestros pacientes.

De esta manera, siempre que manejemos líquidos endovenosos debemos pensar en utilizarlos no solo para la estabilización y reposición de las pérdidas, sino para mantener un equilibrio homeostático, proporcionando un fluido adecuado de agua y electrolitos, que nos permita asegurar una buena perfusión tisular con la mínima cantidad de complicaciones.

Para lograr estos objetivos es importante tener en cuenta las siguientes buenas prácticas:

  • Evaluar la seguridad y eficacia del fluido a infundir.
  • Monitorizar la respuesta clínica y los efectos adversos.
  • Elegir una composición, un volumen y la duración correcta.
  • Identificar a respondedores y no respondedores al tratamiento.
  • Cuantificar dentro de los líquidos de mantenimiento a aquellos que se usaron en resucitación o para infusión de medicamentos.
  • Identificar la fase de la terapia en la que nos encontremos (reanimación, optimización, estabilización o desescalamiento), y actuar acorde a ello.
  • Restringir los líquidos ante condiciones clínicas que lo permitan.
  • Evitar el uso de bolos en fases diferentes a la reanimación.
  • Vigilar el peso, los marcadores bioquímicos, electrolitos, niveles de glucosa y el balance de líquidos.
  • Reconocer e individualizar al paciente, principalmente aquellos con circunstancias especiales, tales como quemados, traumatizados, con falla cardiaca, renal o respiratoria, etc.