El renacer del pediatra puericultor

enero 9, 2024

Cuando imagino la infancia de mis abuelas, escena que llega a mi cabeza en blanco y negro como si el mundo fuese una escala de grises antes de que existiera la televisión a color, no puedo dejar de imaginar una niñez interrumpida, una inocencia truncada ante las garras de las labores del hogar, las uniones maritales rozando la mayoría de edad y la crianza ejercida por las niñas del hogar, para alimentar, cambiar, lavar pañales y recitar: “Margarita está linda la mar, y el viento” de Rubén Darío a sus doce hermanos, cuyas edades oscilaban entre el olor apocrino de la pubertad y la lactancia materna exclusiva.

Fue en la primera mitad del siglo XX, cuando ‘Puericultura’ era una cátedra obligatoria en los colegios de nuestras abuelas y la crianza era labor de las madres, tías, abuelas e irónicamente, de las niñas del hogar, quienes bordaban, horneaban y cuidaban. Ahora bien, el pediatra (porque en ese entonces serían pocos los pediatras) visitaba a las familias en sus hogares, a los niños enfermos, y se encargaba de aplicar las vacunas a los niños sanos, cultivando su papel como consejero familiar, dueño de la verdad y hechicero del bienestar familiar, papel que sería ejercido por décadas, hasta que el último ‘cachorro’ de la camada desplegara las alas de la adultez. La puericultura era desde entonces un valor agregado al ejercicio profesional de aquel pediatra, quien tuviera la valentía de desafiar las costumbres del hogar, la tenacidad para empatizar de manera genuina con la familia de sus pacientes, la pericia de un detective, la paciencia de un monje, las habilidades comunicativas de un terapeuta y la creatividad del Joe Arroyo.

Con el pasar del tiempo, el ejercicio de la crianza dejó de ser una tarea exclusiva de las mujeres, empezaron a brotar los primeros padres que cambiarían pañales, alimentarían a sus hijos y acompañarían a su pareja en las labores del hogar. Se aprendería de puericultura, pero no precisamente en el colegio o en las universidades, se aprendería de la experiencia, la tradición oral y muy pocas veces de un profesional. Paralelo a esto, la pediatría trasladó gran parte de su arsenal de batalla a los hospitales, los consultorios y los servicios de urgencia, atiborrados de madres taquicárdicas al borde del llanto y niños que desde que sus ojos captan el destello de una bata blanca, parecen esconderse en sus caparazones de lágrimas, gritos y ansiedad. En estas ‘nuevas’ sedes de nuestro ejercicio profesional, ruidosas y agitadas, se fue abandonando poco a poco aquello que nos ha correspondido siempre, nos especializamos en atender la enfermedad, evitar la deshidratación,  identificar la dificultad respiratoria y olvidamos la puericultura, la hemos olvidado hasta el punto de estar siendo víctimas de un ‘robo a mano armada’, y con los ojos abiertos, frente a frente con las madres ‘influencers’ en redes sociales, les estamos entregando la crianza de los niños, niñas y adolescentes de Colombia.

Sí, salvemos vidas, salvemos todas las vidas que estén a nuestro alcance, estudiemos las últimas guías de práctica clínica, entendamos la enfermedad y sepamos abordarla de la manera más acertada, ágil y efectiva, pero también eduquémonos en el arte de la comunicación asertiva, sepamos identificar qué pautas de crianza podemos intervenir en cualquier momento y en cualquier lugar, leamos sobre el apego seguro, entrenemos nuestros corazones para dar palabras de consuelo y para validar a los padres y madres que confían en nosotros, sin embargo, además entretengamos nuestro carácter para saber cuándo frenar una conducta inapropiada. Utilicemos ese poder que nos otorga el título de Pediatra para sembrar la semilla del amor en cada familia que llega a nosotros con mil dudas, mil incertidumbres y un espacio vacío esperando a ser ocupado por el o la pediatra que sin duda, reivindicará su título de consejero familiar, dueño de la verdad y hechicero del bienestar familiar.

Permitamos que la empatía nos inunde el corazón, abandonemos el juicio y no nos limitemos a seguir algoritmos, aventurémonos a dar un poco más, a ser gestores de la crianza, cultivemos amor, tolerancia, respeto y bondad en nuestros pacientes y sus familias, y cosecharemos generaciones maravillosas, así también estaremos tranquilos de haber cuidado cada detalle del crecimiento, el desarrollo y la crianza de la niñez y adolescencia en Colombia y el mundo. Seamos pediatras puericultores, hoy y siempre.

 

Por: Universidad de los Andes  

Comité de Residentes