En momentos o situaciones como la que vivimos en la actualidad, aparte del aprendizaje académico y el manejo de nuestros pacientes, a nosotros como médicos y aún más como residentes nos ha servido esta experiencia en todo los sentidos, incluyendo nuestra vida personal.
En el mes de marzo mientras llevaba a cabo con total normalidad mis actividades académicas y cumpliendo con mis rotaciones asignadas, empecé a manifestar síntomas respiratorios dados por congestión nasal, rinorrea, cefalea, en un inicio pensé que seria una gripa común y corriente, sin embargo cuando el país entró en la cuarentena obligatoria y se empezaron a realizar los estudios respectivos a las personas sintomáticas, me realizaron una prueba donde resultó positivo para COVID-19.
Al inicio la sensación fue de total incertidumbre y temor ante lo que se escuchaba tanto en el gremio médico como en las noticias. Posteriormente se da la noticia del primer médico fallecido ante la pandemia en Colombia, el temor fue más grande, entonces deciden ponerme en cuarentena la cual lleve a cabo en mi casa. En el momento no contaba con mis familiares dado que vivo solo en Bogotá. Seguidamente a mi diagnóstico positivo, los comentarios y las llamadas no se hicieron esperar, algunas con preocupación, otras de apoyo y otras más con tono amarillista, y sobre todo por saber cómo estaba sobrellevando la situación.
No voy a negarlo fue una situación compleja, me sentía triste, solo y hasta culpable por las probables personas que podría haber contagiado durante el tiempo que no tenía diagnóstico y que pensaba que era una simple gripa. Obviamente la situación se notificó de forma correcta al lugar de rotación donde me encontraba, sin embargo los rumores y comentarios en los pasillos no se hicieron esperar en los que comentaban que yo había contagiado a otras personas incluyendo pacientes, compañeros residentes y docentes. Me hicieron sentir vulnerable y en el ‘ojo del huracán’, como si yo hubiera querido vivir esta situación y estuviera feliz de tener un diagnóstico como este.
Posteriormente fui notando que muchos pacientes de diferentes edades y en distintos países, estaban recibiendo tratamiento en casa y que tenían tantos deseos de vivir, y salir adelante; que me llevó a pensar que mi diagnóstico no podía cargarlo con un estigma y que en esta ruleta esta vez me tocó a mí y que no tenía por qué avergonzarme de nada y que más bien debería sacar lo mejor de esta adversidad y que era tal vez momento para aprender otras cosas como médico y ser humano, mirando desde el otro lado de la ventana.
Nunca llegué a presentar complicación alguna, a pesar del malestar general que duró unos días. Luego me realizaron las pruebas control las cuales arrojaron como negativo y permitieron reintegrarme a mis actividades, sin embargo seguí con las medidas de protección adecuadas y evitando entrar en contacto estrecho con algunas personas. Al regresar fue una situación compleja y difícil ya que pude evidenciar en carne propia el estigma y el rechazo, así como algunos comentarios que se le hacen a una persona que contagiada de COVID-19. Sin embargo, aprendí que muchas veces algunos no entendemos la situación de nuestros pacientes hasta que no estamos en sus zapatos.
Hoy en día puedo decir que si estuve contagiado con COVID-19, que salí adelante y continúo con el plan de estudios en mi universidad, sin embargo la invitación más importante a la que quiero llegar con esto es que es importante que los pacientes sepan que la naturaleza del médico es dar lo mejor de ellos, pero también está en ponerse en la situación del otro.
Atentamente,
Un residente que se contagió de COVID-19